Gulf Pine Catholic

4 Gulf Pine Catholic • December 6, 2024 POR EL OBISPO LOUIS F. KIHNEMAN III Obispo de Biloxi El ángel Gabriel fue enviado por Dios a un pueblo de Galilea llamado Nazaret, a una vir- gen desposada con un varón llamado José, de la casa de David, y el nombre de la virgen era María. Y acercándose a ella, le dijo: “¡Ave, llena eres de gracia! El Señor está contigo”. Pero ella se turbó mucho por lo que se decía y se preguntaba qué clase de saludo sería aquel. Entonces el ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado favor de Dios. He aquí, concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David su padre, y señoreará sobre la casa de Jacob para siempre, y su Reino no tendrá fin.” Pero María dijo al ángel: “¿Cómo puede ser esto, si no tengo relaciones con varón?” Y el ángel le respondió: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño que nacerá será llamado santo, Hijo de Dios. Y he aquí, Isabel, tu parienta, también ha concebido un hijo en su vejez, y éste es el sexto mes para la que era llamada estéril, porque nada hay imposible para Dios.” María dijo: “He aquí, soy la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Entonces el ángel se apartó de ella. (Lucas 1:26- 38) El 9 de diciembre de este año celebraremos la Solemnidad de la Inmaculada Concepción. María, la madre de Jesús, fue concebida sin pecado original. Esto significa que desde el mismo momento de su concepción, fue preservada por la gracia de Dios de la mancha del pecado original, un privilegio especial que se le dio en preparación para su papel como Madre de Dios. San Maximiliano Kolbe escribió y predicó extensamente sobre la Inmaculada Concepción y señala tres eventos particulares a los que se refiere como el comienzo de la “era de la Inmaculada Concepción”: la manifestación de la Medalla Milagrosa a Santa Catalina Labouré en 1830; la doctrina de la Inmaculada Concepción es declarada dogma de la Iglesia Católica por el Papa Pío IX en 1854; y la aparición de Nuestra Señora a Santa Bernadette en Lourdes en 1858. Cuando Santa Bernadette le pregunta a la Santísima Madre Su nombre, María responde: Yo soy la Inmaculada Concepción. La Inmaculada se define por sus pro- pias palabras. Muchos cristianos habían sostenido la creencia Obispo Kihne man en la Inmaculada Concepción durante siglos antes, y enfatiza que la pureza y la impecabilidad de María eran necesarias para que ella pudiera dar a luz a Jesucristo. Sin embargo, se nos recuerda que, como ser humano, ella es como nosotros, excepto que creemos que fue concebida y nació sin pecado. Como pueblo de fe, la honramos como a nuestra madre. Eso es muy especial para nosotros como Iglesia. El arcángel Gabriel se acercó a ella y la saludó como “¡llena de gracia!”. ¡Imagínate ser una niña y que un ángel te salude así! Es su “sí” en la fe, coop- erando con el Espíritu Santo, convirtiéndose volun- tariamente en Madre de Dios, lo que cambió todo para todos nosotros. En nuestras iglesias y en nuestros hogares, las velas de Adviento son un signo de nuestro camino de fe y reflejan la apertura de Nuestra Santa Madre al mensaje del arcángel Gabriel y su respuesta en fe y amor. La primera vela es una vela de Fe, que recuerda el “sí” de María a Dios: “He aquí, soy la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1,38a). Y cuando María Visita a Isabel, su prima reconoce la fe de María: “Bienaventuradas vosotros las que creísteis que se cumpliría lo que os había dicho el Señor” (Lucas 1: 45). La segunda vela es la vela de la Esperanza. “No temas, María, porque has hallado favor de Dios. He aquí, concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo” (Lucas 1:30b-32a). Es un llamado para que invitemos a Dios a cada momento de nuestras vidas, espe- cialmente en esos momentos de dificultades o luchas o esos momentos en los que realmente no sabemos lo que está pasando. Llamamos a abrir nuestros corazones y dejar que Dios realmente toca nuestras vidas. La tercera vela es la vela rosa y representa el gozo tranquilo que tenemos al esperar dejar entrar a Jesús en nuestras vidas de una manera nueva y dejar que Dios toque nuestros cora- zones y los abra al Salvador, Jesucristo, quien está verdaderamente presente. entre nosotros. “Mi alma proclama la grandeza del Señor; mi espíritu se regocija en Dios mi salvador. Porque ha mirado la humildad de su sierva; he aquí, desde ahora todos los siglos me llamarán bie- naventurada. Grandes cosas ha hecho conmigo el Poderoso, y santo es su nombre”. (Lucas 1:46b-49). La cuarta vela es la vela de la Caridad o del Amor. Imaginamos el amor de Dios tocando a María de tal manera que se convirtió en Madre de Jesús. Eso es lo que estamos llamados a ser: estamos llamados a ser portadores de Jesucristo. “Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre. ¿Y cómo me sucede a mí que la madre de mi Señor venga a mí? (Lucas 1:42b-43). En cada momento de nuestra vida estamos llama- dos a dar testimonio de esa fe que se nos ha dado en la esperanza y en el amor. La vela en el centro de la corona de Adviento es la vela de Jesús. Es la vela de Su nacimiento, de Su venida a nuestras vidas de una manera nueva y fresca. “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su único Hijo, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para con- denar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Juan 3:16-17). Puede que hayamos celebradomuchas Navidades, pero esta Navidad es especial para nosotros porque Dios nos la ha dado a cada uno de nosotros. Durante este tiempo de Adviento, mientras nos preparamos para la venida de Nuestro Señor, miremos a María, nuestra Madre, la Inmaculada Concepción, para que seamos un pueblo de fe, un pueblo de esperanza, un pueblo de amor y un pueblo de gran alegría ante la expectativa de que Jesús nazca en nuestras vidas de una manera nueva. Como María, estamos llamados a ser portadores de Cristo

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