Gulf Pine Catholic
Gulf Pine Catholic • January 7, 2022 17 Santo Padre Francisco a los esposos con ocasión del año “Famiglia Amoris Laetitia” ¡Queridos recién casados y novias de todo el mundo! Con motivo del Año “Familia Amoris Laetitia,” me dirijo a vosotros para expresaros todo mi afecto y cer- canía en este momento tan especial que estamos vivien- do. Siempre he tenido en cuenta a las familias en mis oraciones, pero aún más durante la pandemia, que ha puesto a prueba a todos, especialmente a los más vul- nerables. El momento que estamos atravesando me lleva a acercarme con humildad, cariño y acogida a cada per- sona, a cada matrimonio y a cada familia en las situacio- nes que cada uno está viviendo. El contexto particular nos invita a vivir las palabras con las que el Señor llama a Abraham a dejar su tierra y la casa de su padre a una tierra desconocida que él mismo le mostrará (cf. Gn 12, 1). Nosotros también hemos vivido más que nunca la incertidumbre, la sole- dad, la pérdida de seres queridos y nos hemos visto empujados a salir de nuestras seguridades, de nuestros espacios de “control”, de nuestras formas de hacer las cosas, de nuestras ambiciones, de interesarnos no solo por el bien de nuestra familia, sino también por el de la sociedad, que también depende de nuestro comporta- miento personal. La relación con Dios nos forma, nos acompaña y nos pone en movimiento como personas y, en definitiva, nos ayuda a “salir de nuestra tierra”, en muchos casos con cierto miedo e incluso con miedo a lo desconocido, pero gracias a nuestra fe cristiana sabemos que no estamos solos porque Dios está en nosotros, con nosotros y en medio de nosotros: en la familia, en el barrio, en el lugar de trabajo o estudio, en la ciudad donde vivimos. Al igual que Abraham, cada uno de los esposos aban- dona su propia tierra desde el momento en que, sintiendo la llamada al amor conyugal, decide entregarse al otro sin reservas. Así, ya el compromiso implica dejar la pro- pia tierra, ya que requiere que caminemos juntos por el camino que conduce al matrimonio. Las diferentes situa- ciones de la vida -el paso de los días, la llegada de los hijos, el trabajo, las enfermedades- son circunstancias en las que el compromiso asumido el uno con el otro presu- pone que cada uno abandone su propia inercia, sus pro- pias certezas, los espacios de tranquilidad y se dirija hacia la tierra que Dios promete: ser dos en Cristo, dos en uno . Una vida, un “nosotros” en la comunión de amor con Jesús, vivo y presente en cada momento de tu exis- tencia. Dios te acompaña, te ama incondicionalmente. ¡No estás solo! Queridos esposos, sepan que sus hijos, y especial- mente los más pequeños, los observan atentamente y buscan en ustedes el testimonio de un amor fuerte y confiable. “¡Qué importante es para los jóvenes ver con sus propios ojos el amor de Cristo vivo y presente en el amor de los esposos, que dan testimonio con sus vidas concretas de que el amor es posible para siempre!” [1] Los niños son un regalo, siempre, cambian la historia de cada familia. Tienen sed de amor, gratitud, estima y con- fianza. La paternidad y la maternidad os llaman a ser generativos para dar a vuestros hijos la alegría de descu- brirse a sí mismos como hijos de Dios, hijos de un Padre que desde el primer momento los amó con ternura y los toma de la mano cada día. Este descubrimiento puede dar a sus hijos fe y la capacidad de confiar en Dios. Por supuesto, educar a los niños no es nada fácil. Pero no olvidemos que también nos educan. El primer ambiente educativo sigue siendo siempre la familia, en pequeños gestos más elocuentes que las palabras. Educar es sobre todo acompañar los procesos de crecimiento, estar presente de muchas maneras, para que los niños puedan contar con sus padres en todo momento. El edu- cador es una persona que “genera” en un sentido espiri- tual y, sobre todo, que “se involucra” colocándose en una relación. Como padres y madres es importante relaciona- rse con los niños a partir de una autoridad obtenida día a día. Necesitan una seguridad que les ayude a experimen- tar confianza en ti, en la belleza de sus vidas, en la certeza de que nunca estarán solos, pase lo que pase. Por otra parte, como ya he observado, la conciencia de la identidad y la misión de los laicos en la Iglesia y en la sociedad ha crecido. Tienes la misión de transformar la sociedad con tu presencia en el mundo del trabajo y de garantizar que se tengan en cuenta las necesidades de las familias. También los esposos deben tomar la iniciativa ( prim- erear ) [2] dentro de la comunidad parroquial y diocesana con sus propuestas y creatividad, persiguiendo la com- plementariedad de los carismas y las vocaciones como expresión de la comunión eclesial; en particular, la de “los esposos junto a los pastores, caminar con otras familias, ayudar a los más débiles, proclamar que, inclu- so en las dificultades, Cristo se hace presente”. [3] Por eso, os exhorto, queridos esposos, a participar en la Iglesia, especialmente en la pastoral de la familia. Porque “la corresponsabilidad de la misión exige [...] los esposos y los ministros ordenados, especialmente los obispos, para cooperar fructíferamente en el cuidado y la custodia de las Iglesias domésticas”. [4] Recuerda que la familia es la “célula fundamental de la sociedad” (Ap. Evangelii Gaudium ,66). El matrimonio es verdadera- mente un proyecto para la construcción de la “cultura del encuentro” (Enc. Fratelli tutti , 216). Es por eso que las familias tienen el desafío de construir puentes entre gen- eraciones para transmitir los valores que construyen a la humanidad. Necesitamos una nueva creatividad para expresar en los desafíos de hoy los valores que nos con- stituyen como pueblo en nuestras sociedades y en la Iglesia, Pueblo de Dios. La vocación al matrimonio es una llamada a conducir un barco inestable, pero seguro para la realidad del sac- ramento, en un mar a veces agitado. ¿Cuántas veces, como los apóstoles, querrías decir, o mejor dicho, gritar: “Maestro, no te importa que estemos perdidos?” ( Mc 4,38). No olvidemos que, a través del Sacramento del Matrimonio, Jesús está presente en esta barca. Él se preocupa por ti, permanece contigo en todo momento, en el balanceo del bote agitado por las aguas. En otro pasa- je del Evangelio, en medio de las dificultades, los dis- cípulos ven que Jesús se acerca en medio de la tormenta y lo acogen en la barca; así que tú también, cuando la tormenta arrecia, deja que Jesús suba a la barca, porque cuando “se subió a la barca con ellos... el viento cesó”( Mc 6,51). Es importante que juntos mantengan la mirada fija en Jesús. Sólo así tendréis paz, superaréis conflictos y encontraréis soluciones a muchos de vuestros problemas. No porque estos desaparezcan, sino porque puedes verlos en otra perspectiva. Sólo abandonándoos en las manos del Señor podréis afrontar lo que parece imposible. El camino es reconocer la fragilidad y la impotencia que experimentas ante tan- tas situaciones que te rodean, pero al mismo tiempo tener la certeza de que así la fuerza de Cristo se manifiesta en tu debilidad (cf. 2 Co 12, 9). Fue precisamente en medio de una tormenta que los apóstoles llegaron a reconocer la realeza y la divinidad de Jesús y aprendieron a confiar en Él. A la luz de estas referencias bíblicas, me gustaría aprovechar esta oportunidad para reflexionar sobre algu- nas de las dificultades y oportunidades que las familias han experimentado en este tiempo de pandemia. Por ejemplo, el tiempo para estar juntos ha aumentado, y esta ha sido una oportunidad única para cultivar el diálogo en la familia. Ciertamente, esto requiere un ejercicio espe- cial de paciencia; no es fácil estar juntos todo el día cuando en la misma casa hay que trabajar, estudiar, divertirse y descansar. No os dejéis vencer por el cansan- cio; que el poder del amor te permita mirar más a los demás, a tu cónyuge, a tus hijos, que a tu propio trabajo. Os recuerdo lo que escribí en Amoris Laetitia (cf. nn. 90-119) retomando el himno paulino a la caridad (cf. 1 Co 13, 1-13). Pide insistentemente a la Sagrada Familia este don; relee la alabanza de la caridad para que inspire vuestras decisiones y acciones (cf. Rm 8, 15; Gal 4:6). De esta manera, estar juntos no será una penitencia sino un refugio en medio de las tormentas. Que la famil- ia sea un lugar de acogida y comprensión. Guarden en sus corazones el consejo que di a los cónyuges con las tres palabras: “permiso, gracias, perdón”. [5] Y cuando surge un conflicto, “nunca termines el día sin hacer la paz”. [6] No os avergonzéis de arrodillaros juntos ante Jesús en la Eucaristía para encontrar momentos de paz y una mirada mutua hecha de ternura y bondad. O tomar la mano del otro, cuando está un poco enojado, para arre- batarle una sonrisa cómplice. Tal vez reciten una breve oración juntos, en voz alta, la noche antes de quedarse dormidos, con Jesús presente entre ustedes. Es cierto que, para algunas parejas, la convivencia a la que se vieron obligadas durante la cuarentena fue especialmente difícil. Los problemas que ya existían se han agravado, generando conflictos que en muchos casos se han vuelto casi insoportables. Muchos inclus han vivido la ruptura de una relación en la que se arrastraba una crisis que no se podía conocer o no se podía superar. También deseo expresar mi cercanía y afecto a estas personas. La ruptura de una relación matrimonial genera mucho sufrimiento por la pérdida de tantas expectativas; la falta de comprensión causa discusiones y heridas que SEE FAMIGLIA AMORIS LAETITIA, PAGE 19
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